Mariano Pablo Rosquellas (1784-1859) nació en Madrid el 15 de abril de 1784. Estudió con su padre, otros miembros de la familia y en Italia. Se sabe que en 1803 figuraba como primer violinista de la capilla ducal de Medinaceli, recibiendo 16 reales diarios. También formó parte de la capilla de la iglesia de Nuestra Señora de la Soledad, en Madrid.
El 28 de marzo de 1805 juró la plaza de cuarto viola de la Real Capilla, oficio truncado en 1808, por la Guerra de la Independencia. Rosquellas viajó entonces al menos a París y Londres, dando conciertos de violín.
Retornó al fin de la guerra, y en 1814 volvía a ocupar plaza en la Real Capilla, donde pasó a primer violinista en 1815. Consta que en 1818 contrajo matrimonio en Irlanda con una hija del general Luis Lacy, quien fue fusilado por una intentona liberal en 1819.
No obstante sus simpatías constitucionalistas, abandonó España en 1822 para desembarcar en Río de Janeiro, acogiéndose como músico a la Corte imperial del Brasil. Poco después, con su esposa y su hijo Luis Pablo, recién nacido, pasó a Buenos Aires, donde realizó sus sueños de empresario teatral, consiguiendo reunir una selecta compañía con los hermanos Tanni y elementos bonaerenses, dirigidos por el violinista Santiago Massi.
Representó en 1825, por vez primera en América, la ópera de G. Rossini «El barbero de Sevilla», primera ópera representada, a su vez, en Buenos Aires. El éxito que supuso le estimuló, y con la complacencia del público de Buenos Aires representó, actuando como tenor, al frente de su compañía, las óperas «La Cenerentola», en 1826, «L’inganno felice», en 1826, «Otelo», en 1827, y «Tancredo», en 1828, todas ellas de Rossini, intercalando en su programación «Giuletta e Romeo», en 1826, de Zingarelli y «Don Giovanni», de Mozart, en 1827.
Debe destacarse el hecho de que, después del éxito de la representación de «El Barbero de Sevilla», en el mismo año 1825, Rosquellas estrenaba su ópera «El Califa de Bagdad», dentro de lo que se podría llamar estilo rossiniano.
La “Sinfonía a doble orquesta” (La batalla de Ayacucho) fue compuesta en 1832 para orquesta y banda. Es la sinfonía argentina más antigua que se ha conservado. Se estrenó en Buenos Aires en junio de 1832. La obra tuvo una excelente recepción en su estreno y fue interpretada en varias oportunidades, algo no habitual en su época, en junio y septiembre de ese mismo año; además, Rosquellas la ofreció en uno de sus viajes a Montevideo, en enero de 1833.
El 30 de junio de 1832 se publicó en el Diario de la Tarde de Buenos Aires el siguiente texto, firmado por “Unos Aficionados”: En tres ocasiones en que se ha ejecutado la Sinfonía de la Batalla de Ayacucho, hemos observado con gran placer, que la inmensa y escogida concurrencia que el deseo de oírla llevó al Teatro, ha dado con sus repetidos aplausos las pruebas más inequívocas del mérito de esta composición.
La recuperación de La batalla de Ayacucho fue posible gracias a que los descendientes de Mariano Pablo Rosquellas, radicados en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, tomaron contacto con el Centro Cultural Kirchner, CCK, a raíz del homenaje al compositor que brindó la institución en julio de 2016, en el ciclo La música de la Independencia. El compositor, director e investigador Lucio Bruno Videla, una de las máximas autoridades en música argentina, fue el encargado de reconstruir la obra en base a las particellas.
La batalla de Ayacucho volvió a sonar en Buenos Aires, el domingo 9 de julio de 2018 en la Sala Argentina del CCK.
El concierto, concebido en un formato escénico contribuyó a ubicar la obra en su contexto social y cultural, bajo la dirección musical de Lucio Bruno-Videla.
En el concierto se escucharon también un «Recitativo y Aria» para barítono y orquesta compuesto por Rosquellas, la canción “Al veinte y cinco de mayo”, escrita por Esteban Massini y dedicada a Rosquellas, y la reconstrucción, en base a fuentes documentales, de una posible versión a dos voces y orquesta del Himno Nacional Argentino, realizada por el músico e investigador Patricio Mátteri.
La importancia de la partitura de la sinfonía dentro de la música académica argentina y latinoamericana es crucial, ya que se la puede considerar un verdadero eslabón perdido que documenta la creación sinfónica en Buenos Aires a comienzos del siglo XIX. Se trata además de una sinfonía programática y simbólica, que describe las vicisitudes de esta batalla que en 1824 selló definitivamente la independencia americana.
La batalla de Ayacucho fue el último gran enfrentamiento comprendido dentro de las campañas terrestres de las guerras de independencia hispanoamericanas en América del Sur (1809-1826) y significó la consolidación de la independencia de la República del Perú.
La batalla se desarrolló en la Pampa de Quinua en Ayacucho, Perú, el 9 de diciembre de 1824 y la victoria de los patriotas supuso la desaparición del contingente militar realista más importante que seguía en pie y selló la independencia del Perú con una capitulación militar que puso fin a la resistencia de las tropas del virrey del Perú.
Este suceso suele ser referido como el fin de las guerras de independencia en América del Sur, no obstante que las guarniciones españolas del Real Felipe del Callao y de Chiloé resistieron hasta 1826 y España no renunció formalmente a la soberanía de sus posesiones continentales americanas hasta una década más tarde, en 1836. El tratado de paz, amistad y reconocimiento con el Perú fue firmado el 14 de agosto de 1879 en París.
La sinfonía es de carácter descriptivo y está dividida en cuatro movimientos.
El primer movimiento, largo, allegro maestoso, allegro assai (Paso doble), empieza con una melodía grave interpretada por la cuerda, a la que pronto se añade la madera. El primer tema del allegro es de carácter solemne. Interviene la banda mediante toques militares con el ritmo marcado por la percusión. Un segundo tema de carácter optimista nos señala que se acerca una gesta victoriosa.
El segundo movimiento, allegro assai. Batalla, después de una pausa la música se oscurece empezando la descripción de la batalla con el sonido de los disparos, mediante la utilización de la percusión y un tema de carácter trágico heroico.
El tercer movimiento, marcha fúnebre, corresponde a la sección lenta de la sinfonía. Después de un episodio lento trágico de transición, consiste en una marcha fúnebre por las víctimas de la batalla.
El cuarto movimiento, allegro, celebra la victoria mediante un tema en forma de marcha al estilo de Rossini, terminando con una triunfante coda.
Entre las obras de Rosquellas se encuentran además dos conciertos para violín y orquesta, sonatas, oberturas y composiciones en varios géneros; las «Variaciones para violín y orquesta» de 1823; la ópera «El Califa de Bagdad» de 1825; la obertura «El pampero» de 1828; y varias canciones, entre ellas «La Tirana», incluida en el Cancionero argentino, de Wilde en 1837.
La dictadura de Rosas en Argentina impulsó a Rosquellas a emigrar a Bolivia en 1833. Allí fue de nuevo un personaje activo y admirado. Fundó en Chuquisaca, en 1835, la Sociedad Filarmónica Dramática, que ofreció conciertos y representaciones teatrales; esta Sociedad supervivió un siglo. Después, ya maduro, se mezcló en empresas mineras que arruinaron su patrimonio, por culpa de malos socios y abogados. Murió en Sucre, Bolivia, el 12 de julio de 1859.
Su hijo Luis Pablo Rosquellas Lacy (1823 – 1883), fue también un destacado músico, además de gran jurisconsulto y escritor, realizándose plenamente en Bolivia desde 1833.