CRITICAS

2- Críticas sobre la representación conjunta Iolanta / Cascanueces según Dmitri Tcherniakov

Publicada en la WEB Opera World  el 12 de marzo de 2016, escrita por José M. Irurzun

Polémica unión de Tcherniakov

de Iolanta y El Cascanueces en París

Esta representación de Iolanta forma parte de un extraño programa, en el que a la ópera acompaña el conocido ballet El Cascanueces, rememorando lo ocurrido en el estreno de esta ópera en San Petersburgo. Al parecer, ha sido decisión de Dmitri Tcherniakov unir las dos obras.

En los programas dobles de óperas (en este caso de ópera y ballet) hay una auténtica obsesión por buscar un lazo de unión entre las obras que se representan en la misma función, lo que normalmente no es sino un ejercicio mental inútil. Recuerdo que hace once años tuve la experiencia de proponer en Bilbao un programa doble formado por Salomé y Erwartung. Leí críticas que me resultaron muy divertidas sobre los supuestos puntos de unión entre ambas obras, cuando la realidad era que la decisión de unir las dos obras no tenía más sentido que ofrecer algo más al público, con un coste marginal muy pequeño, ya que no hacía falta sino una soprano más, utilizando la misma numerosa orquesta y maestro, y haciendo una producción ad hoc en corbata. Lo mismo ocurrió dos años más tarde con Elektra y El Castillo de Barba Azul y también entonces hubo toda suerte de elucubraciones sobre el nexo de unión, cuando las razones eran las mismas que en la primera ocasión.

Viene esto a cuento para referirme al esfuerzo de Dmitri Tcherniakov por hacer que el espectáculo en dos partes tuviera su lógica. Para ello el regidor ruso retuerce las cosas de manera notable. En primer lugar hace aparecer en escena al principio y al final de Iolanta un personaje mudo, que descubrimos a continuación que no es sino la primera bailarina del ballet.

Por otro lado, en lugar de ofrecer Iolanta sin intermedios, que es lo que tiene sentido dramático, se hace una parada de media hora al final del gran dúo de Vaudémont y Iolanta, reanudándose la ópera con los enamorados en la mismísima posición en la que les dejamos. Pero todavía hay más, al terminar la ópera no hay parada, sino que el maestro ataca la partitura del ballet, mientras se hacen a la vista modificaciones en el escenario y salen los artistas de la ópera a recibir los aplausos, siempre en grupo, mientras la música del ballet sigue sonando.

La producción de Dmitri Tcherniakov para Iolanta resulta atractiva, ofrecida en un escenario muy reducido, obra del propio regidor ruso, consistente en una habitación con unas butacas, unas sillas, una mesa y un árbol de Navidad, con un ventanal al fondo. Este escenario tan reducido y cerrado sirve bien al mundo también cerrado de la ciega Iolanta.

La acción se traslada a tiempos más o menos modernos con un vestuario atractivo, muy ruso, de Elena Zaitseva, contando con una iluminación adecuada de Gleb Filshtinsky. La dirección de escena de Dmitri Tcherniakov está muy cuidada, definiendo muy bien a todos los personajes. En resumen, es una producción escénica simple y atractiva.

La dirección musical estuvo encomendada al francés Alain Altinoglu, cuya lectura me ha resultado muy adecuada, muy cuidada en todos los aspectos, apoyando bien a los cantantes y dando a la obra todo el sentido y la emoción que requiere.

Es una pena que se hubiera hecho una parada, porque sufre la carga dramática de la ópera con una parada innecesaria. Buena la prestación de la Orquesta de la Ópera National de París, y adecuada la actuación del Coro, que cantaba desde el foso, dado lo reducido del escenario en este caso.

La protagonista Iolanta era la soprano búlgara Sonia Yoncheva, que tuvo una notable prestación tanto vocal como escénicamente. Esta soprano tiene un timbre atractivo en el centro, contando con la ventaja añadida de que su tercio agudo se abre de manera espectacular, resultando sumamente brillante. Cuenta con una buena figura, es una notable actriz y, en resumidas cuentas, tiene todo para tener una exitosa carrera, como ya la está teniendo.

Vaudémont fue interpretado por el tenor polaco Arnold Rutkowski, que ofreció virtudes y algunos defectos. Su voz responde a las características de un tenor lírico, con un timbre atractivo, aunque le falta el brillo de las voces latinas. Es un buen cantante, que sabe utilizar bien su instrumento y resulta expresivo en su canto. Se le ve, por otro lado, apretado y hasta algo inseguro en las notas más altas, dando la impresión de que la voz puede romperse.

La imponente voz del bajo ucraniano Alexander Tsymbaliuk no pudo resultar más adecuada en el personaje del Rey René de Provenza. Sin duda, es una de las más espectaculares voces graves del panorama actual y encuentra precisamente su mejor empleo en el repertorio ruso. No había escuchado una voz de bajo tan voluminosa y pastosa desde los tiempos de Nikolai Ghiaurov.

El prácticamente desconocido barítono Andrei Jilihovschi se ha encargado de la parte de Robert, Duque de Borgoña, y me ha resultado una sorpresa agradable. La voz es atractiva, de barítono lírico, desenvuelto en escena y cantando de manera adecuada.

El barítono italiano Vito Priante fue Ibn-Hakia, el médico árabe que acaba curando a Iolanta de su ceguera. Cumplió con su cometido sin excesiva brillantez.

Los personajes secundarios estuvieron muy bien cubiertos. El veterano Gennady Bezubenkov fue un sonoro Bertrand, conservando todavía un instrumento atractivo. Algo parecido se puede decir de Elena Zaremba en la parte de Martha. Adecuado, el tenor Roman Shulakov como Almerich. Intachables, Anna Patalong y Paola Gardina en los personajes casi episódicos de Brigitta y Laura, respectivamente.

El Palais Garnier había agotado sus localidades y ésta fue la función de estreno, al haberse cancelado por huelga la anunciada premiere del pasado día 9. El público se mostró cálido durante la representación.

La función comenzó puntualmente y tuvo una duración de 2 horas y 6 minutos, incluyendo un extraño intermedio. Duración musical de 1 hora y 32 minutos, unos 7 minutos más rápida que la de Gergiev en Barcelona.

El precio de la localidad más cara era de 231 euros, costando la más barata 50 euros.

José M. Irurzun

La WEB Magazine Platea publicó el 30 de marzo de 2016 otra crítica sobre el mismo espectáculo, escrita por Alejandro Martínez.

Tcherniakov escenifica "Iolanta" y "El Cascanueces" en París       

Vino nuevo en odres viejos

Opera de Paris. Palais Garnier. 17 marzo 2016

Tchaikovsky: Iolanta.

Sonya Yoncheva (Iolanta), Alexander Tsymbalyuk (Rey René), Arnold Rutkowski (Vaudémont), Andreij Jilihovschi (Robert), Vito Priante (Ibn-Hakia), Elena Zaremba (Martha), Gennady Bezzubenkov (Bertrand), Roman Shulakov (Alméric), Anna Patalong (Brigitta), Paola Gardina (Laura).

Tchaikovsky: El cascanueces.

Marion Barbeau (Marie), Stéphane Bullion (Vaudémont), Alice Renavand (La mère), Aurélien Houette (Le père), Nicolas Paul (Drosselmeyer), Takeru Coste (Robert), Caroline Bance (La soeur).  Dir. escena: Dmitri Tcherniakov. Coreografías: Arthur Pita, Sidi Larbi Cherkaoui y Edouard Lock. Dirrección musical: Alain Altinoglu.

Tratando de artes escénicas en última instancia todo se reduce a dos preguntas: ¿Hay una propuesta? Y si es así, ¿funciona? Cabe responder a ambos interrogantes con un sí rotundo en el caso de este programa doble armado por Dmitri Tcherniakov con Iolanta y El cascanueces, retomando el encargo original a Tchaikovsky por parte del director de los teatros imperiales rusos, Ivan Alexandrovitch Vsévolojski.

Ambas obras, desde luego, participan de un mismo sustrato musical, de un pathos común y son, no por azar, dos de las últimas composiciones de Tchaikovsky. El principal obstáculo teatral para unirlas radica precisamente en no poder contar con la misma protagonista en ambas obras, desdoblándose como soprano primero y como bailarina después.

Tcherniakov resuelve el inconveniente con agilidad, incorporando ya desde el principio a la bailarina / Marie como una suerte de alter ego de Iolanta, de modo que cuando El cascanueces comienza no impida en lo más mínimo asumir la transición entre ambas obras, dentro de esa convención tácita a la que Tcherniakov nos invita desde un primer momento, elaborando en realidad un libreto nuevo para El cascanueces.

La transición propiamente dicha, en términos escénicos, está resuelta con una agilidad que asombra, ejecutándose el ballet sin solución de continuidad al concluir la última nota de la ópera. Así las cosas, un talentoso Tcherniakov parece empeñado en llevar la contraria a la consabida parábola sobre el vino nuevo y los odres viejos. Y es que consigue retomar un programa doble original, casi llevado por un afán filológico, pero visitándolo con ojos contemporáneos, con un lenguaje inusitado. El resultado final está llamado a convertirse en un clásico.

En términos escénicos, en el caso de Iolanta fascina en todo momento una dirección de actores sobresaliente, clásica al fin y al cabo, de una intensidad a flor de piel. En cambio, fatiga un tanto el recurso de Tcherniakov a desarrollar cualquier libreto en un contexto doméstico, con esa consabida escenografía -de su propio cuño- que ya hemos visto, con leves diferencias, en su Macbeth, en su Don Giovanni o en su Traviata, con un salón burgués donde transcurre toda la acción. Respecto al ballet, los amantes de la danza clásica probablemente hayan puesto el grito en el cielo al ver que una pieza con mayúsculas como es El cascanueces se convertía en manos de Tcherniakov y tres coreógrafos (Arthur Pita, Sidi Larbi Cherkaoui y Edouard Lock) en un espectáculo que funciona más bien bajo las claves y coordenadas de la danza contemporánea.

Lo cierto es que la propuesta es operativa y emociona, al margen de algunas coreografías que quedan por debajo del interés general de la velada. Tcherniakov introduce aquí un sinfín de imágenes inquietantes, incluso siniestras, sobre el paso del tiempo, la degradación del amor y los afectos, etc. Las coreografías más esmeradas e intensas, a mi entender, son las que llevan la firma de Sidi Larbi Cherkaoui.

La pareja protagonista, la bailarina Marion Barbeau como Marie y el bailarín Stéphane Bullion como Vaudémont rinden a un nivel espectacular, destacando asimismo la labor de Alice Renavand como La mère. Tanto Bullion como Renavand son étoiles de la compañía de danza de la Ópera de París. En el foso Alain Altinoglu expone una dirección musical espléndida, generando un sonido de sugestiva fragilidad, suave y tenue pero cargado de emotividad y tensión, en las antípodas de una recreación fácil y gruesa del melodismo de Tchaikovsky, tan dado a labores de brocha gorda. La orquesta de la Ópera de París rinde con esmero aunque sin brillantez, bien espoleada por Altinoglu pero sin alcanzar cotas de virtuosismo.

A pesar de anunciar una indisposición (seguramente para cubrirse las espaldas ante el más mínimo desliz, ya que había cámaras grabando en la sala) la soprano búlgara Sonya Yoncheva recreo de forma espléndida la parte protagonista de Iolanta, que sienta como un guante a sus modos vocales y actorales. Intérprete esmeradísima, conecta de forma soberbia con el lenguaje actoral que promueve Tcherniakov, detallado e intenso. El resto del reparto congregado para esta Iolanta funciona con solvencia, destacando el buen hacer de Vito Priante como Ibn-Hakia y de Alexander Tsymbalyuk como René. El tenor Arnold Rutkowski, como Vaudémont, expone unos medios apreciables aunque todavía por domeñar.

La WEB Euronews publicó su crónica el 17 de marzo de 2016

Iolanta y El Cascanueces, una apuesta ambiciosa

En la Ópera de París, un ballet y una ópera en una misma velada, como en el tiempo de su creador, Tchaikosky

Un genio musical, dos obras maestras, una ópera y un ballet, todo en una misma noche, es el ambicioso proyecto de la Ópera de París, que muestra en la actualidad el doble programa de Tchaikovsky compuesto por la ópera “Iolanta” y el ballet “El Cascanueces”. Reproduciendo así lo ocurrido en 1892, cuando se estrenó en San Petersburgo.

Desde el principio, los personajes principales de ambas piezas se cruzan en el camino, creando sutiles pistas y referencias.

“Iolanta” es la historia de una princesa ciega que cree que los que están a su alrededor tampoco pueden ver; es el triunfo de la negación, en la que vencerá la intervención de la ciencia.

La soprano búlgara Sonya Yoncheva da voz y cuerpo al personaje. “Tuve que comprender el mundo de Iolanta: cómo puede alguien no saber de la existencia de la luz, de los colores, de los objetos… y al mismo tiempo creer que todos los demás están en la misma tesitura. Aún así, he logrado quererla completamente, porque esa chica es tan pura, tiene su mundo propio, protegido y preservado en ella”, explica la reconocida estrella internacional de la ópera.

El director de orquesta Alain Altinoglu resume con estas palabras su acercamiento a “El Cascanueces” y “Iolanta”, en éste especial montaje: “Para mi Tchaikovsky es el compositor ruso más occidental. Hablaba francés, italiano… sin duda hay elementos occidentales en él.

Lo ruso en él es su sonoridad, su forma de combinar los tonos de la orquesta; es la forma en la que entregamos momentos líricos, que emocionan, en los que parece que lloren en las cuerdas… la forma en la que los instrumentos de viento tocan juntos… es en esa sonoridad y en la armonía lograda donde logra que suene realmente ruso”.

“Este es mi primer papel eslavo, que me ha permitido descubrir una sonoridad que no me era familiar. Me ha proporcionado la agradable impresión de estar en casa, porque la mitad del reparto vienen de países de la antigua Unión Soviética y estamos felices por poder compartir el mismo sentido del humor, las mismas palabras que escuchaba cuando era pequeña…, realmente en esta producción, me he sentido como si hubiera regresado a casa!”, argumenta Yoncheva.

“No es un papel especialmente largo, por lo que, evidentemente, tienes la tentación de cantar por encima de la orquesta, pero creo que debo dosificar la voz y lograr llegar con mis propios medios, con mis modestos medios”, añade.

En esta producción, la opera está enmarcada en la historia contada por el ballet; de hecho, entre los regalos de la joven María hay también una interpretación de “Iolanta”, con la cantante que al final se suma al cumpleaños de la chica. Una unión que la orquesta debe acompañar.

“Al final de la opera, cuando Iolanta deja de estar ciega, cuando puede ver la luz, la orquesta también parece abrirse hacia la luz, y eso es lo que tienes al principio de “El Cascanueces”; algo limpio, casi pueril, y es en esa transición en la que hay que esforzarse cuando se es el director de la orquesta”, concluye Altinoglu.

Iolanta / Casse-noisette se representó en la Ópera de París hasta el 1 de abril de 2016

La WEB de la revista susyQ dedicada al mundo del ballet publicó en Madrid el 4 de marzo de 2019, la siguiente crítica firmada por Omar Khan

BALLET DE LA ÓPERA DE PARÍS

¿Es esto Cascanueces?

El Ballet de la Ópera de París repone el próximo jueves su polémico montaje de 2016, que une la ópera Iolanta con un Cascanueces surrealista, delirante y muy poco Cascanueces firmado por Sidi Larbi Cherkaoui, Edouard Lock y Arthur Pita. Te contamos el experimento…

Tras su estreno, en marzo de 2016, la Ópera de París se reafirmaba como una casa de vanguardia. Hubo mucha polémica y se escucharon no pocos abucheos en la monumental Ópera Garnier. También ovaciones.

Los líricos no entendían la mezcla y los balletómanos más acérrimos pasaron la velada indignados buscando al Hada del País de Caramelos cuando a cambio le daban tormentas de nieve, refugiados en fuga y la dulce Clara multiplicada como clones.

Ahora, como si aquellos escándalos no hubiesen ocurrido, la potente compañía que dirige Aurélie Dupont, vuelve a la carga, y del 9 al 24 de mayo retará de nuevo a sus espectadores en París con la reposición de Iolanta / Cascanueces, propuesta que une dos obras incompatibles de Tchaikovski: Iolanta, una cuasi desconocida ópera y su ballet más sofisticado, con coreografía (muy pero que muy libre) a seis manos firmada por el belga-marroquí Sidi Larbi Chekaoui, director del Ballet de Flandes, el canadiense Edouard Lock, conductor de la legendaria La La La Human Steps y el portugués Arthur Pita, citado por The Guardian como el David Lynch del ballet.

Rara vez tiene acceso el creador de danza contemporánea a la batería de medios, humanos, físicos, materiales, tecnológicos, que supone una producción en toda regla del Ballet de la Ópera de París.

Pero la apertura que ha demostrado siempre esta casa es la que ha permitido a unos coreógrafos tan eclécticos como este trío unirse para, en el mejor estilo surrealista, hacer de Cascanueces un cadáver exquisito a seis manos absolutamente libre y desmesurado que, encima, aparece unido, de manera muy inteligente hay que decir, a Iolanta, una ópera breve que Tchaikovski había pensado alguna vez estrenar junto a su Cascanueces.

El resultado es una velada híbrida de más de cuatro horas que se antoja extraña e inconexa, con cambios estilísticos bruscos y no siempre coherentes, pero tremendamente fascinante y visualmente potente, bailada con precisión por el equipo de la Ópera de París, que se adapta sin esfuerzo aparente a los estilos marcadamente distintos de los tres coreógrafos.

El ballet se aleja explícitamente de la Navidad (y su espíritu) y Cascanueces apenas si aparece en forma de piñata. Se balancea la propuesta entre el realismo siniestro de la danza teatro de Pita, quien aún estando lejos es el que se mantiene más apegado al original. el surrealismo de Sidi Larbi, que se permite una insólita lluvia de escombros que en un segundo hace pasar la obra de edulcorada a apocalíptica, seguida por una devastadora tormenta de nieve con masas en fuga que parecen hacer alusión al conflicto de los refugiados, por no citar una alucinante invasión de juguetes gigantes, al tiempo que las proezas físicas y obsesión por la técnica que caracterizan a Edouard Lock, toman las riendas en sus segmentos, moviéndose bajo vídeos descomunales que reproducen el bosque incierto y sus bestias temibles.

Es todo un delirio. Una noche absurda pero fascinante totalmente garantizada.

Ahora, con la vuelta de esta rareza espectacular, que es derroche de medios y gesto vanguardista al mismo tiempo, que es ópera y ballet juntos, pegados con ingenio pero sin mucha lógica, y que parece una locura con dinero, seguro regresarán también las divisiones, polémicas y disputas entre operómanos contra balletómanos, vanguardistas contra conservadores, modernos contra antiguos.

Puede que los nostálgicos del ballet y fans del Cascanueces no puedan disfrutar si dedican la noche a buscar conexiones y rigores, pero los que se entreguen al juego y no se hagan preguntas, gozarán como niños en una montaña rusa.

Revista Scherzo, Mayo 2019

Crítica de Santiago Martín Bermúdez

Soberbio espectáculo en el que las responsabilidades de Cherniakov y Antinoglu han tenido que compartirse con tres coreógrafos (Garnier, 2016). No uno, sino tres, que se hacen cargo del Cascanueces, paso a paso, con un guion de Cherniakov que hace saltar por los aires la simpática tontería que, basada en Hoffmann, Ivan Vsevolozhski le propuso a Chaikovski y a Petipa en 1892.

Puesto que el estreno de aquel año fue el doblete de Iolanta y Cascanueces, Cherniakov imagina una fiesta de cumpleaños parecida a la fiesta original del ballet, solo que es para una maravillosa cría de dieciséis años, Marie (Marion Barbeau), una chiquilla que se hace mayor, tiene muchos amigos y una estupenda familia.

Le han ofrecido primero una Iolanta, versión escénica de este relato medieval, y después un montón de regalos. Y a la convención del cumpleaños sucede la sucesión de catástrofes en las que no sabemos si se hunde el mundo o se hunde el mundo de Marie en busca de su amigo, novio o amado Vaudémont (el mismo nombre, claro, que el héroe de la ópera que acaban de ver en la fiesta).

El resultado, como es habitual en Cherniakov, es un espectáculo que gana a partir del momento en que se transforma la propuesta de Iolanta y se plantea otro Cascanueces, el del drama acaso no por completo onírico que hay detrás de los juguetes y del divertimento.

Iolanta aparece concluir tras el dúo de los protagonistas, pero continúa hasta el desenlace, esa especie de 'curación por el espíritu' de algo que sabemos imposible pero que es una metáfora y una licencia para esta hermosa historia.

El estilo cambia por completo entre la propuesta de Iolanta y la del ballet, pero dentro de este se producen las incursiones de tres espléndidos coreógrafos de danza contemporánea, no advertidos entre sí, que se ven obligados con los directores musical y escénico a obtener una unidad que se basa, precisamente, en lo diferente de las propuestas de cada uno.

Demos, por ejemplo, un salto. El vals de las flores. Gráciles jóvenes comienzan el vals. Son las Marie y los Vaudémont repetidos, sosias, fingidos, alguno será real, hay que imaginar… Pero los jóvenes son sustituidos por gente madura que danza, después por gente ya mayor, y hasta por niños. Esto es una etapa de las que recorre Marie en busca de Vaudémont a lo largo del ballet.

Como escribió Didier van Moere en Concertonet, Iolanta no ve lo que existe, mientras que Marie ve lo que no existe, ambas sumidas por sus familias en la irrealidad. Ambas sufren su aislamiento, y sus mundos se configuran con movimientos compulsivos que, en las coreografías, se acentúan con inquietante expresividad. Espléndido el cuerpo de baile, habría que nombrar a varios, pero es indiscutible que la joven Marion Barbeau es un hallazgo total (de Cherniakov).

El vídeo de Andrei Zelenin cumple un papel esencial en la fantasmagoría del aprendizaje o catástrofe de Marie en Cascanueces. Musicalmente, no será este Cascanueces la referencia mayor, ni mucho menos.

Hay cierta rutina, una secuencia algo insípida que contrasta con las atrevidas propuestas de los coreógrafos (Sidi Larbi Cherkaoui, Edourd Lock, Arthur Pita).

Algo que puede decirse también de la propuesta puramente musical de Iolanta. Es admirable la prestación de Sonia Yoncheva como Iolanta, conmovedora, emocionante, una voz de soprano lírica en su plenitud. Le responde la voz algo débil pero expresiva de Arnold Rutkowski, y tercia espléndidamente Andrei Zhilikhovsky en René. Alexander Tsymbalyuk, al que hemos visto en El oro del Rin (Fafner) y en Idomeneo (el breve y contundente papel de La Voz), presta nobleza y estampa al Rey René, aunque le jueguen malas pasadas algunos graves. © 2019 Scherzo

MIAMI ☼ CLÁSICA   Diciembre 2018

Según Sebastian Spreng

Cada aventura de Dmitri Tcherniakov es también aventura y desafío para el público. El director la comparte y lo sumerge, es una inmersión total que fascina o rechaza pero siempre sorprende. El niño terrible de la escena rusa apunta a un doblete, un arriesgado compromiso en cualquier género, tal como fue concebido originalmente, y que en su caso, se debe a una casualidad de programación que deviene en la idea de reunir como en su estreno de 1892 la ópera Iolanta y el ballet Cascanueces.

En los tramos finales de su vida, antes de la Patética, Tchaikovsky compuso esta ópera de cámara que al revés del ballet se hundirá en el olvido. Gracias a regidores como él, o Stefan Herheim y Kasper Holten, es la enigmática figura del compositor la que reaparece como elemento intangible pero presente en todo momento.

Tcherniakov ya lo hizo con Onegin (con la que despuntó a la fama en Occidente) para reincidir aquí. Las reinventa e interviene, convirtiéndolas en un rito de iniciación, misterioso, exagerado, cataclísmico, propio de la adolescencia, duplicando los personajes: los de la ópera son los del ballet. Como en una babushka, la ópera se inserta dentro del ballet y viceversa, y al final del ciclón la muchacha ciega queda sola para volver a empezar como mujer que ha dejado de ser niña, que ahora ve lo que antes no podía o no quería.

Tcherniakov hace teatro dentro del teatro, a la manera de la Ariadna en la Naxos straussiana, hace de Iolanta una representación doméstica a principios del siglo XIX en la Rusia zarista en un típico ambiente naturalista.

Este poeta de interiores al igual que hizo en Onegin hace un trabajo de orfebre con cada cantante, de un detallismo tan obsesivo que resulta en una espontaneidad histriónica extraordinaria y a la que adorna con guiños de ternura cercanos a un lacrimógeno teleteatro. Lo cierto es que la magia funciona.

Adiós Edad Media, adiós Provenza y desde ya, afortunadamente, adiós ratones, cascanueces y Navidad que pasa a ser cumpleaños. El ámbito burgués de Iolanta, en una deliciosa transición, pasa a ser la función de la ópera en una mansión de los años cincuenta, con luz, bailes y personajes que sugieren la perversa estética de Balthus o la cursilería americana de "Siete novias para siete hermanos".

Ni corto ni perezoso, como cualquier coreógrafo actual, abandona el cuento de Hoffmann, para transformarlo en uno apocalíptico digno de una pesadilla adolescente. Lo trata como un mosaico ecléctico, acude a tres coreógrafos, Arthur Pita, Edouard Lock y Sidi Larbi Cherkaoui,  que aportan tres enfoques bien distintos, enfatiza la mejor música del ballet, la que no se advierte, la que esconde la tragedia y adelanta la Patética.

En ese tapiz, emerge una foresta aterradora donde vagan animales fantásticos, lobos e hipopótamos, la danza de los copos de nieve es una tormenta en plena travesía al Gulag, los muñecos de infancia conforman un agigantado desfile pop, el vals de las flores está danzado por parejas que van envejeciendo mientras bailan y una casa (primero) y un planeta (segundo) devastado por una catástrofe natural acaban con todo. Los desparejos aportes coreográficos podrían ser el mínimo talón de Aquiles de la puesta, es lo único que no ha controlado bajo su obsesiva mano férrea.

En esta Iolanta se respira Chejov a puertas cerradas, con una soberbia Sonya Yoncheva como protagonista, a diferencia de Netrebko, la búlgara no posee la opulencia vocal de la rusa pero vive y canta el personaje hasta encarnarlo.

Es una criatura estremecedora secundada por el notable bajo Alexander Tsymbalyuk como el Rey René, su padre, el brillante tenor Arnold Rutkowski, la veterana Elena Zaremba y Andrei Jilihovschi como su prometido Robert.

Ópera y ballet del Palais Garnier dirigidas admirablemente por Alain Altinoglu completan un espectáculo que deja atrás infancia y adolescencia abriéndole la puerta a la “gente grande”.

En su atípica unificación parisina, Tcherniakov renuncia a los cuentos de hadas, encuentra el paralelismo entre ambas y las hermana, logrando lo que no se vio en 1892. Un doblete tan fascinante como imperdible. © 2018 Miami Clásica

Joel Kasow    Fanfarria, julio de 2019

El Vaudémont de voz fresca de Arnold Rutkowski ofrece una buena combinación para el dúo, mientras que Robert de Andrei Zhilikhovsky holgazanea y ofrece apoyo a su amigo. El rey René de Alexander Tsymbalyuk parece ser una preparación para asumir el papel de Boris Godunov. © 2019  Fanfarria

Huntley Dent    Fanfarria, julio de 2019

Tal como lo representa la soprano Sonya Yoncheva, la afligida heroína de la ópera es conmovedoramente vulnerable. Con su esbelta figura y su hermoso rostro, Yoncheva no podría ser más perfecta. … El tenor Sergey Skorokhodov tenía un tono más sonoro y una voz más potente como el Conde Vaudémont, el salvador y pretendiente de Iolanta, que Arnold Rutkowski en la producción de París.

Pero visualmente todos aquí lucen elegantes y cantan muy bien, especialmente el barítono Andrei Zhilikhovsky como Robert, el duque de Borgoña, y el bajo Alexander Tsymbalyuk como el rey René, el padre de Iolanta.

Toda la ópera, bellamente dirigida por Alain Altinoglu, es satisfactoria... © 2019  Fanfare

David Reynolds  Guía de registros estadounidense, mayo de 2019

Las actuaciones son maravillosas. La imagen y el sonido son excelentes; Se suministran subtítulos. Insto a la gente que ama la ópera y el ballet a que vean esto. Deja tus expectativas a un lado y serás recompensado con algo memorable. Dudo en utilizar el término “genio”, pero Tcherniakov se acerca mucho a él. © 2019 Guía de registros americana

Con el título de "Iolanta and the Nutcracker" en el año 2022 se hizo una nueva versión inspirada en la anteriormente comentada con coreografía de Andrey Kaydanovsky y dirección escénica de Lotte de Beer. Realiza una fusión de las dos obras con importantes cortes de las partituras, especialmente en el caso del ballet, que solo sirve como ilustración durante el desarrollo de la ópera. No nos parece una versión demasiado acertada.