8 – Apéndices
Breve historia de la música clásica mexicana
Con función informativa y complementaria se incluye un resumen de tipo generalista. Para ello usaremos el artículo escrito por Rubén Heredia Vázquez con el mismo título, pues lo encontramos suficientemente cualificado para nuestros fines.
Época virreinal
Al ser la música de concierto un producto de la cultura europea, la historia de la música de concierto mexicana dio inicio después de la Conquista, con el establecimiento del Virreinato de la Nueva España.
La parte más importante de la vida musical de la Nueva España se desarrolló en los centros religiosos. Los miembros del clero fueron los principales promotores de la música europea durante la Colonia y fue justamente un clérigo, Fray Pedro de Gante, quien fundó, en 1524, en Texcoco, la primera escuela de música de la Nueva España, donde en realidad se adiestraba a los indios para servir como músicos en las iglesias. El centro religioso más importante fue la catedral de México, aunque en provincia hubo también catedrales notables por su actividad musical, como las de Oaxaca, Valladolid (hoy Morelia), Puebla, Durango y Guadalajara.
La Iglesia utilizó la música fundamentalmente para la evangelización de los indígenas. Esto trajo consigo un gran desarrollo de la música vocal sacra, heredada de las obras de los grandes maestros del Renacimiento, como Palestrina, Victoria, Lasso, Guerrero y Cabezón, además de estimular la composición y ejecución de música en las colonias. Sin embargo, como menciona Uwe Firsch en su ensayo “Trayectoria de la música en México”:
[...] los militares y aventureros de toda laya que los seguían [a los religiosos] aportaron las formas de la música profana de la Europa de aquel tiempo, amén de la música popular de sus regiones de origen
La máxima autoridad musical de la Colonia era el maestro de capilla de la catedral de México. La música compuesta por algunos maestros de capilla en diversas catedrales del país, descubierta hace relativamente poco tiempo, alcanzó un gran nivel y esplendor, y constituye una de las mayores cúspides del arte novohispano.
Entre los más ilustres maestros de capilla de la catedral de México podemos mencionar a Hernando Franco (c.1532-1585), uno de los primeros; Antonio de Salazar (c.1650-1715), organista nacido quizás en Puebla, quien, además, fue maestro de capilla de las catedrales de Puebla y México, y compuso misas, salmos, motetes y villancicos en el estilo de Palestrina; el italiano Ignacio de Jerusalem y Stella (1710-c. 1769), maestro de capilla de la catedral de México de 1750 a 1760 y que, de manera paradójica, contribuyó al desarrollo de la música profana y al ocaso de la época dorada de la religiosa; y Manuel de Sumaya (1680-1756), discípulo de Salazar, poseedor de un estilo melódico influido por los italianos y autor de Penélope, la primera ópera debida a un compositor novohispano. Un caso especial es el de Juan Matías de los Reyes (1617-1667), indígena que llegó a ser maestro de capilla de la catedral de Oaxaca y escribió un Tratado de armonía.
Aunque perteneciente a la tradición barroca europea, la música de estos creadores, cultivada en las formas típicamente religiosas como la misa o el oratorio, mostró los efectos del choque cultural de la conquista, pues, como señala Frisch:
[...] si bien la música culta europea no se modificó en sus elementos constitutivos y procedimientos técnicos al ser trasplantada a territorio novohispano, sí adquirió un sello peculiar al absorber en mayor o menor grado – según el temperamento individual de cada compositor – ciertos elementos rítmicos, melódicos y armónicos provenientes tanto de la música de los aborígenes como de los negros que fueron traídos del África en los primeros cargamentos de esclavos. Con ello, la música novohispana se convirtió en un capítulo específico de la música barroca occidental y en uno de los primeros aportes americanos al acervo cultural común.
A pesar de que la música más importante del periodo colonial fue de corte religioso, la música profana empezó a adquirir cada vez más preponderancia hacia mediados del siglo XVIII. Fue en esta época que, en mucho gracias a la influencia de Ignacio de Jerusalem y Mateo Tollis della Rocca, dos músicos italianos que fueron maestros de capilla de la catedral de México, el público novohispano tuvo sus primeros contactos con la música de Haydn y Mozart y, sobre todo, con la ópera italiana, cuya influencia fue determinante en la música de los primeros años del México independiente, de la cual, por desgracia, se conoce muy poco y casi nunca se programa en conciertos.
De la Independencia al Porfiriato
El periodo de la guerra de Independencia parece haber estado marcado por la escasez de nombres, realizaciones o avances notables en el campo de la música de concierto. La recuperación de los altos niveles que había alcanzado este género al comienzo del periodo colonial fue lenta y sólo llegó a ser satisfactoria tras la caída del imperio de Maximiliano. Sin embargo, quizás en parte debido al debilitamiento del influjo de la música culta en el gusto del pueblo, la música tradicional o folclórica de México empezó a fortalecerse y consolidarse. En ella “se sentaron las bases de todo aquello que, andando el tiempo, vendría a hacer posible que adquiriéramos una fisonomía musical propia y distintiva”.
Por otro lado, en los primeros años del México independiente se crearon las primeras asociaciones y organizaciones particulares de fomento de la educación y la actividad musical de concierto, como la Sociedad Filarmónica, la Academia Filarmónica y la Academia de Música.
A pesar del caos y las dificultades provocados por la inestabilidad política y la lucha armada, en los últimos años de la Colonia y los primeros de la Independencia brillaron ciertos compositores, que si bien estuvieron vinculados a la Iglesia, pocos fueron maestros de capilla de la catedral de México. La mayoría de ellos mostraba una franca y notable influencia de la ópera italiana, característica a la que contribuyó la creciente llegada de músicos extranjeros, quienes, por desgracia, no siempre fueron de la mejor calidad. Así pues, en las primeras décadas del siglo XIX sobresalieron nombres como José María de Bustamante (1777-1861), José María Aldana (1730-1810), el “virtuoso del violín”, y Mariano Elízaga (1786-1842). Bustamante y Elízaga en particular se distinguieron por haber compuesto algunas de las primeras óperas de ese periodo. México libre, de Bustamante, se estrenó en 1821, y La italiana, de Elízaga, en 1825.
Mariano Elízaga
La figura de Mariano Elízaga merece una mención especial. Este niño prodigio michoacano y organista de la catedral de Morelia a los 16 años, fue nombrado por Iturbide maestro de capilla de su corte. Sus contribuciones al desarrollo de la actividad musical en México fueron diversas: publicó varios libros de teoría musical; en 1824 fundó la Sociedad Filarmónica, y en 1825 la Academia Filarmónica, considerada el primer conservatorio de América Latina; estableció la que quizá fue la primera imprenta dedicada exclusivamente a la publicación de música, y formó y dirigió la orquesta más importante que había tenido el país hasta entonces. Además, su producción como compositor se distinguió de la de sus contemporáneos por acusar una discreta inclinación hacia la estética y técnica francesas, así como un distanciamiento de la influencia italiana.
Gusto por la ópera
A mediados del turbulento siglo XIX, ya se había consolidado totalmente la preferencia del público mexicano por la ópera italiana, por lo que la parte más importante de la producción musical, desde la consumación de la Independencia hasta el principio del Porfiriato se centró en la ópera.
En esta época empezaron a distinguirse los primeros compositores nacidos en el siglo XIX, la mayoría de los cuales muestra una fuerte influencia del estilo italiano en boga. Entre ellos podemos citar a José Antonio Gómez (1805-1878), Cenobio Paniagua (1821-1882), Melesio Morales (1838-1908), Tomás León (1826-1893) y Aniceto Ortega (1823-1875). Quizás el más destacado de ellos haya sido Ortega pues, según se dice, su pieza Invocación a Beethoven fue interpretada en su momento por todos los pianistas de México, mientras que su conocida ópera Guatemotzin fue la primera obra mexicana de este género compuesta con tema propio, y muchos la consideran una aportación temprana al nacionalismo musical mexicano. Por desgracia, a la fecha no se ha grabado ninguna de las óperas de ese periodo.
Cosmopolitismo e identidad nacional
El Porfiriato marcó un fuerte debilitamiento de la corriente italianizante en la música culta mexicana y el inicio de una creciente influencia francesa y, hasta cierto punto, alemana. Como bien lo señala José Antonio Robles Cahero en su interesante artículo “La música mexicana de concierto en el siglo XX”:
El largo periodo histórico de más de tres décadas dominado por Porfirio Díaz fue, a pesar de sus conflictos y desaciertos, una etapa de desarrollo económico, social y cultural que sentó las bases para el surgimiento de un México moderno, vinculado con otros países europeos y americanos. Esta apertura internacional fue fundamento de un desarrollo cultural y musical que se nutrió de nuevas tendencias cosmopolitas y empezó a superar las inercias del estancamiento.
Este desarrollo se reflejó en un paulatino cambio en la manera tanto de componer música como de difundirla. La vida musical de concierto dejó de centrarse en la ópera, se consolidó la antigua tradición pianística mexicana, se cultivó y desarrolló notablemente la producción orquestal y de cámara y, algo que tendría un fuerte impacto e importancia para la música mexicana del siglo XX, se reincorporó el folclore a la música culta. Es una época en la que, a pesar de que las composiciones toman como modelo el lenguaje principal de la música del romanticismo tardío, sobre todo el francés y el alemán, y se cultivan los valses y la música de salón, los autores empiezan a mostrar una preocupación por buscar una identidad nacional en la música.
Entre los compositores más distinguidos del Porfiriato se encuentran Juventino Rosas (1864-1894), cuyo celebérrimo vals Sobre las olas le dio fama internacional; Gustavo E. Campa (1863-1934); Ernesto Elorduy (1853-1912), autor de diversas danzas de salón que mezclan formas tradicionales europeas con melodías de tipo hispano-mexicano; Felipe Villanueva (1863-1893), finísimo creador de música para piano, y, sobre todo, Ricardo Castro (1864-1907). Este artista, entregado a los estilos del romanticismo tardío, representó una de las más claras e importantes rupturas con la tradición musical italianizante que había dominado en el país durante todo el siglo XIX, y dejó obras de excelentísima factura que están a la altura de las de los mejores compositores de su tiempo.
Es un hecho que el México decimonónico no produjo los compositores de la calidad que había emergido durante la Colonia ni de la que se daría en el siglo XX. Primero era necesario reimplantar un buen nivel profesional en la música mediante la imitación y asimilación de los modelos predominantes en las grandes metrópolis culturales. Sin ello no iba a ser posible llegar a producir obras de concierto de carácter nacional con una personalidad propia y distintiva.
Los maestros mexicanos del siglo XIX sentaron las bases técnicas e implantaron el alto nivel profesional, imprescindibles para que, en condiciones sociales diferentes, pudiera surgir una escuela auténticamente nacional de música de concierto.
Revolución y nacionalismo
La Revolución mexicana cambió por completo la vida y la organización social y política del país, sacudió las conciencias y derribó las estructuras socioeconómicas imperantes. Esto provocó que muchas formas de vivir, pensar y sentir decimonónicas fueran eliminadas. En la música y el arte en general, la búsqueda de una identidad nacional, ya patente en muchos artistas que estuvieron activos pocos años antes de la Revolución, se convirtió en la preocupación principal. Esto dio inicio a una época fundamental para la música y el arte mexicanos en general: el nacionalismo.
En opinión de varios estudiosos, el nacionalismo musical tuvo dos etapas o estilos principales. En la primera, a menudo llamada “nacionalismo romántico”, los compositores recurrieron a melodías y temas tomados del folclore nacional, o inspirados en él, para utilizarlos en piezas de concierto compuestas aún en un lenguaje, estilo y carácter heredados del romanticismo tardío, aunque algunos de estos autores llegaron a incursionar en su momento en el uso de técnicas de composición más modernas. Sin duda, la figura central de esta primera etapa fue Manuel M. Ponce (1882-1948), a quien debemos el repertorio nacional más representativo de la época. Destacan sus numerosas piezas para piano, su Concierto del Sur para guitarra y su abundante música de cámara, en la que pone de relieve el rescate de la canción mexicana como base de una música nacional.
Otros compositores notables de la generación de Ponce, que compartieron varios de sus ideales estéticos fueron José Rolón (1876-1945), Arnulfo Miramontes (1882-1960) y Candelario Huízar (1883-1970). Es sobre todo en la música de este último, quien a menudo utiliza melodías de procedencia indígena, donde empezamos a detectar los rasgos que caracterizaron la segunda fase del nacionalismo musical mexicano.
Así pues, la segunda fase se interna más en las raíces de la nación, por un lado, al volver por completo los ojos y oídos hacia el México indígena, y por el otro, como consecuencia de lo anterior, al abandonar los vestigios del romanticismo y buscar métodos de composición propios, aunque a menudo bastante influidos por los estilos modernistas de Europa. En esta fase del nacionalismo musical mexicano, llamada “nacionalismo indigenista”, los compositores pretendían asimilar o recrear la música vernácula, no como elemento exótico dentro de una pieza de concierto convencional, sino como la base de nuevas formas, lenguajes y técnicas musicales.
Carlos Chávez
Este estilo indigenista fue encabezado por Carlos Chávez (1899-1978), personaje que tuvo una profunda influencia en la vida cultural mexicana. En 1928, fundó la Orquesta Sinfónica Mexicana (hoy Orquesta Sinfónica Nacional) e incorporó a su repertorio la vasta producción de aquel periodo; de 1928 a 1933 fue director del Conservatorio Nacional de Música; entre 1933 y 1934 fue jefe del Departamento de Bellas Artes de la Secretaría de Educación Pública; de 1946 a 1952, director del Instituto Nacional de Bellas Artes, y de 1960 a 1965 fundó y dirigió el Taller de Composición del Conservatorio, un verdadero semillero de compositores. En su música, Chávez recurrió a las fuentes mismas del folclore, la arqueología y la etnomusicología para recrear el mundo prehispánico, y realizó toda una labor de investigación de la música indígena viva en su tiempo, lo cual muestra en obras tales como Xochipilli-Macuilxóchitl. Compositor en evolución continua, él mismo encabezó los movimientos de ruptura con el nacionalismo algunas décadas después.
Galindo, Moncayo, Bernal
Otros compositores que cultivaron esta y otras formas de nacionalismo en los años siguientes fueron: Blas Galindo (1910-1993), autor de música muy lírica, intimista y de un inequívoco carácter popular (Sones de mariachi), aunque, sobre todo hacia finales de su carrera, no escatimó en el uso de disonancias y ritmos complejos; José Pablo Moncayo (1912-1958), autor elegante, nítido y delicado quien, de manera estilizada y hábil, supo imprimir un carácter y espíritu nacionales en sus obras, algunas de las cuales son aún enormemente populares (Huapango), y Miguel Bernal Jiménez (1910-1956), compositor, ejecutante, director, pedagogo e investigador michoacano de espíritu neoclásico con una abundante producción de música religiosa, muy recordado por el pueblo, entre otras cosas, por su célebre villancico Por el valle de rosas. En esta generación se distinguieron también Eduardo Hernández Moncada (1899-1995), Luis Sandi (1905-1996), Daniel Ayala (1908-1975) y Salvador Contreras (1910-1982).
Silvestre Revueltas
Sin pertenecer propiamente al nacionalismo indigenista, muchos ven en la obra de Silvestre Revueltas (1899-1940) la cúspide del nacionalismo musical de México y una de las mayores expresiones del arte mexicano en general. Aunque toma como principal fuente de inspiración el folclore mestizo vivo, y no el indígena, nunca lo hace de manera directa. Según sus propias palabras:
En la mayor parte de mis obras he procurado expresar el carácter algo indiferente, sentimental tal vez, pero siempre enérgico, alegre y muy definitivamente sarcástico del pueblo de mi país. Nunca he usado temas populares o folclóricos, pero la mayor parte de los temas, o más bien, motivos que he usado, tienen un carácter popular.
Revueltas utiliza a menudo técnicas de composición modernistas, pues había realizado estudios musicales en Chicago, para tratar sus melodías de carácter popular y cantable, aunque en ocasiones compone de manera muy personal, con ciertas tendencias minimalistas. Es en esas obras personales como Planos, Ocho por radio y algunos de sus Cuartetos de cuerdas donde suele alcanzar sus momentos más cosmopolitas.
Julián Carrillo
Un caso aparte entre los compositores de esta generación es el de Julián Carrillo (1875-1965) quien, poseedor de una sólida formación musical y un oído prodigioso, desarrolló un sistema teórico y compositivo propio y muy adelantado para su tiempo, al cual dio el nombre de “Sonido 13”. Este sistema, basado en la división de la escala en intervalos menores que el semitono, convirtió a Carrillo en uno de los precursores de la microtonalidad en la música de concierto a nivel mundial.
Rodolfo Halffter
En 1939, llegó a México el compositor español Rodolfo Halffter (1900-1987), hecho de gran trascendencia pues, gracias a una loable labor pedagógica, dio a conocer a varios jóvenes compositores los lenguajes de vanguardia de Europa, en particular el dodecafonismo de Schönberg.
La época contemporánea
Hacia mediados del siglo XX, la ideología y la estética del nacionalismo empezaron a perder vigencia. El desarrollo de los medios de comunicación, la creciente concentración de la población en las ciudades, la apertura al comercio exterior y el mejoramiento en las vías de comunicación y transporte, promovieron que el arte mexicano dejara de mirar hacia sus raíces y se abriera mucho más que antes a las nuevas influencias del mundo exterior. Además, la labor docente de Halffter y Chávez, quienes encabezaron la ruptura con las corrientes nacionalistas a finales de la década de 1950, fue fundamental pues formaron a una gran parte de los compositores mexicanos más importantes de la actualidad. Como relata Yolanda Moreno Rivas en su libro La composición en México en el siglo XX:
Los años sesenta fueron importantes en el desarrollo de la música en México debido al surgimiento del taller de composición dirigido por Carlos Chávez, del cual surgen compositores como Mario Lavista (1943), Francisco Núñez (1945), Héctor Quintanar (1936) y Julio Estrada (1943), quienes van a asimilar las nuevas técnicas seriales europeas, las técnicas de música aleatoria, y se van a interesar por los nuevos lenguajes sonoros surgidos del desarrollo tecnológico.
Todos estos autores han explorado con éxito diversos lenguajes musicales experimentales y de vanguardia. Gracias al apoyo de Chávez, Héctor Quintanar fundó, en colaboración con el ingeniero Raúl Pavón, el primer laboratorio de música electrónica en el Conservatorio Nacional de Música; Mario Lavista ha creado una abundante producción muy influida por la corriente denominada “renacimiento instrumental”, que busca nuevas posibilidades tímbricas y expresivas con los instrumentos musicales tradicionales, y sus obras han sido interpretadas por los ensambles más reconocidos a nivel mundial; Julio Estrada, a quien suele asociársele con el muy ecléctico estilo de la “nueva complejidad”, que experimenta con relaciones complejas y multidimensionales entre cada aspecto de los materiales musicales, ha desarrollado técnicas de representación musical multidimensional y de formación de modelos de análisis y estructuración de alturas musicales por medio de herramientas tomadas de la teoría de conjuntos.
Pero tal vez fue Manuel Enríquez (1926-1994) el compositor mexicano más influyente de la segunda mitad del siglo XX. Él creó modelos personales de escritura musical y dejó una vasta producción para instrumentos de cuerda y percusión, así como para orquesta, la cual muestra un interesante trabajo con las texturas y los timbres. Además, fue de los pioneros de la música electrónica en nuestro país.
Otros notables compositores de las generaciones de ruptura con el nacionalismo son: Carlos Jiménez Mabarak (1916-1994), Joaquín Gutiérrez Heras (1927), Alicia Urreta (1931-1987), Mario Kuri Aldana (1931-2013), Leonardo Velázquez (1935-2004) y Manuel de Elías (1939), entre muchos otros. Todos ellos se distanciaron del nacionalismo en distinto grado y por muy diversos caminos, aunque ciertos casos, como el de Kuri o el de Velázquez, bien podrían ubicarse en una especie de neonacionalismo. También vale la pena mencionar el trabajo de dos compositores extranjeros que, al igual que Halffter, desarrollaron una buena parte de su actividad en México e influyeron en su mundo musical: el estadounidense Conlon Nancarrow (1912-1997) y el alemán Gerhart Muench (1907-1988).
Las generaciones siguientes han consolidado el uso de los lenguajes de vanguardia y las músicas experimentales, pero casi siempre de manera muy ecléctica e híbrida. Algunos de estos compositores han intentado recrear con nuevos recursos la música popular urbana y la música étnica de México. Hasta cierto punto, éste ha sido el caso de Arturo Márquez (1950), cuyo celebérrimo y ya clásico Danzón n.º2 le ha granjeado una abrumadora e inusual aceptación del público. Otros, como Antonio Russek (1954), Javier Álvarez (1956), quizás el compositor mexicano vivo más reconocido en el extranjero, Roberto Morales (1958) y Manuel Rocha Iturbide (1963) han explorado las posibilidades de la música electroacústica y la informática musical.
Otros creadores distinguidos de estas generaciones son Graciela Agudelo (1945), Federico Ibarra (1946), Daniel Catán (1949), Marcela Rodríguez (1951), Ernesto García de León (1952), Roberto Medina (1955), Eduardo Soto Millán (1956), Víctor Rasgado (1956), Hilda Paredes (1957), Ana Lara (1959), Gabriela Ortiz (1964) y Juan Trigos (1965).
Por último, entre los compositores más jóvenes, que empiezan a tener reconocimiento dentro y fuera de nuestras fronteras, podemos mencionar a Georgina Derbez (1968), Leticia Cuen (1971), Rodrigo Sigal (1971) y Rogelio Sosa (1977), entre muchos otros.