4 - El arte subvencionado por el capitalismo
En este capítulo realizaremos una serie de reflexiones sobre la música en los llamados países democráticos que basan su ética en el dinero, anteponiendo muchas veces las ambiciones personales al bien común.
Como ejemplo característico se ha tomado la música en los Estados Unidos, basándose en lo escrito en mi anterior obra[1]. Se trata de una obra realizada por encargo de la Fundación del Instituto de Estudios Norteamericanos de Barcelona, que debido a la crisis económica actual no ha sido publicada. Este hecho casual puede tomarse como un primer ejemplo de lo que significa la subvención en los países capitalistas, basada en el dinero.
En dicha obra se llega a unas conclusiones[2] en el caso de la sinfonía, que pueden fácilmente ser extrapoladas a toda la producción artística. No las vamos a repetir en su totalidad pero si comentaremos algunos de sus aspectos más interesantes.
El capitalismo como expresa su palabra se basa en el capital, en el dinero. Por ello las subvenciones privadas serán más importantes que las públicas. La sociedad privada se impone sobre la pública, dominándola a través de sus inversiones. El Estado pierde gran parte de su libertad, subyugado por las grandes sociedades financieras, que son las que imponen finalmente sus criterios. Los gobiernos son débiles por dicho motivo, siendo muy difícil poder imponer sus criterios a pesar de algunas buenas intenciones de sus directivos.
La enseñanza privada adquiere mayor importancia, debido a su superior calidad, que la pública, generando una clase elitista y una gran masa con escasos conocimientos. Esta educación es importante en el cultivo de toda actividad artística, tanto en el caso del creador como del espectador.
Si en el capítulo anterior era el Estado quien imponía sus gustos y sus leyes, ahora es principalmente el capital quien los impone. El compositor para poder triunfar debe realizar una música que sea bien recibida por el público. De este modo su comercialización generará ganancias económicas, motivo principal para su financiación.
La comercialización del arte lo degrada. El artista no crea inspirado en sus ideas, sino que las adapta para agradar al público, que con su compra las subvenciona. Aparecen las galerías de arte dirigidas por los llamados merchantes del arte. Unas personas que realizan una función como intermediarios entre el artista y su público. Podemos decir en su favor que promocionan el trabajo del creador, demasiado ocupado en su trabajo para ello.
El principal defecto de todo intermediario, es que las ganancias obtenidas por ello son muchas veces superiores a las conseguidas por el artista, que es el que posee el mérito en la realización de la obra. No olvidemos que sin el artista no existiría el merchante.
El arte vuelve a perder su libertad, sometido a los gustos de un público, que se basa en su propia experiencia histórica y en la convincente fuerza de las medios de comunicación. La publicidad determina lo que es bueno, lo que el público debe escuchar, lo que tiene valor artístico. Con estos criterios basados en la necesidad de lograr buenos rendimientos económicos, el arte pierde nuevamente su libertad.
La música se vuelve conservadora, en su afán de llenar las salas de concierto. Se crean grandes orquestas dirigidas por afamados artistas, que deben orientar sus cualidades en la interpretación de aquella música que su público desea, aquella música repetida una y otra vez hasta la saciedad. La música histórica, la de los grandes maestros clásicos es supervalorada, desconociendo la creación actual, y las obras de muchos olvidados maestros del pasado, por no ser nunca interpretadas. Como se ha comentado en otras ocasiones, la repetición condiciona el éxito y lo más escuchado, las listas de éxitos, se convierten en lo más deseado.
Como defensa de este tipo de sociedad, basada principalmente en la subvención privada, podemos observar que una pequeña parte de las ganancias obtenidas se destina al financiamiento de Fundaciones privadas, que fomentan el desarrollo del arte. Pero en el momento en que peligra la obtención de beneficios, estas ayudas se recortan o se suprimen.
Es un mundo inestable, basado en el desarrollo del capital. En las épocas de prosperidad el arte disfruta de ciertos beneficios, pero en las depresiones es su víctima principal. No se tiene en cuenta la importancia del mismo en el equilibrio espiritual de los individuos. Reina el mundo del materialismo en toda su crudeza.
Para terminar repetimos unas frases de nuestra anterior obra, que nos parecen concluyentes para estas reflexiones sobre la música americana. Arrastrados por el deseo de agradar a los auditorios, los compositores americanos se esfuerzan en la escritura de obras bien estructuradas, con la introducción de nuevos elementos provenientes de todos los campos, con la finalidad esencial de que sean bien recibidas por el público, siendo apoyadas por una crítica menos idealista que la del frio racionalismo centroeuropeo.
El resultado de ello es que tenemos una gran colección de obras, que pueden ser admiradas por gran parte de los melómanos. Este hecho conlleva el afán de producción de nuevas obras por jóvenes compositores, que las verán interpretadas por las orquestas más importantes.
[1] "La sinfonía en los Estados Unidos de América", del mismo autor.
[2] Véase pag. 385 del Tomo II de dicha obra.