2 - Tipos de público receptor del arte
La belleza definida en el anterior capítulo tiene un destinatario, el llamado público, espectador, oyente o participante. Si hablamos de todos los humanos emplearemos el término pueblo. En el caso de los consumidores de belleza nos referiremos a su público.
Este público puede tener un componente pasivo, en espera de lo que pase. Entonces hablaremos del espectador, el que espera el espectáculo. En el caso de las artes escénicas o musicales nos referiremos al oyente. Finalmente el público que tiene un componente activo, participando en el espectáculo será el participante.
El estudio se centrará principalmente en el mundo de la música, al ser el objetivo final de esta obra, pero muchas de sus conclusiones pueden extrapolarse al receptor del arte en general. Como en el caso anterior, empezaremos con una visión histórica sobre el comportamiento del público a través de los tiempos, unos comentarios más resumidos que en el caso anterior, por su carácter sociológico.
Los pueblos primitivos participan activamente en lo que podríamos denominar performances artísticas. Sus bailes acompañados por la percusión adquieren unas características mágicas, que integran a toda la comunidad. Los que crean y disfrutan del espectáculo son sus participantes. Esta música sencilla, primitiva, estaba al alcance de todos, por lo cual todos podían participar.
Cuando la acción cultural se hace más compleja, el público se retrae, no puede participar, convirtiéndose en mero espectador. Aparecen los anfiteatros griegos donde se representaban obras dramáticas de una calidad artística tan grande, que su público no puede participar activamente en ellos. El espectador admira estas obras de forma pasiva.
En la Edad Media la música en el mundo occidental está dominada por la religión. Debido a la sencillez de aquellas primeras obras, el pueblo vuelve a participar en ellas, elevando su voz, uniéndose en aquellos cantos espirituales con los ejecutantes, alabando o implorando la gracia de Dios.
Con el Renacimiento llega el florecimiento de la polifonía. La música se hace más compleja y el oyente se convierte nuevamente en espectador. La música popular se separa de la llamada culta que usa la nobleza, presentando un mayor refinamiento en sus danzas, con unos bailes desangelados destinados a mantener su categoría social. El pueblo llano continúa siendo activo con sus bailes y cantos populares, separados de la hipocresía de aquella clase social que se cree superior.
Esta situación continúa durante el barroco y el clasicismo. La llegada del romanticismo supone un despertar del nacionalismo y el sentimentalismo. El espíritu de libertad se impone, deponiendo a la nobleza.
La llegada de la sociedad industrial crea una burguesía que cultiva los teatros de conciertos y de la ópera, como señal de distinción de su nueva clase, separada de la de los obreros. El público se divide en diversos grupos según su gusto por el arte o por la ostentación.
Las salas de concierto clásicas se van democratizando, uniendo a diferentes clases sociales. El espíritu burgués irá desapareciendo, incrementándose un público más apasionado por el arte, que a pesar de continuar siendo espectadores, demuestran su entusiasmo intensamente cuando la obra les satisface, con aplausos y gritos. Interrumpen las obras divididas en varios movimientos, con aplausos después de cada uno de ellos y reclaman insistentemente la repetición de los que les entusiasman. Cuando el sentimiento es contrario, abundan los silbidos y los pateos parecen hundir la sala.
La música evoluciona y el público va transformando su actitud. Las salas de concierto pierden su vitalidad y van haciéndose más serias. Se impone cada vez más un respetuoso silencio, convirtiéndose en templos de la música. Los espectadores asisten a ceremonias pseudo religiosas, permaneciendo totalmente pasivos. Las obras que no gustan ya no se silban. Como más, se guarda un respetuoso silencio, agradeciendo el trabajo de los ejecutantes y del compositor. La sociedad se ha vuelto más educada, pero más hipócrita. Cuando algo no les gusta opinan que no lo entienden. Pero tampoco realizan ningún esfuerzo por intentar comprenderlo.
Esto ocasiona un rechazo a toda obra nueva o desconocida. Cuando estas se programan, el público se retrae, dejando grandes vacios en las salas. Prefieren lo que conocen, aunque se repitan los programas continuamente. En el mundo capitalista movido por el dinero, una misión importante es llenar las salas, lo que estimula a los gestores la realización de una programación adecuada a los gustos de los oyentes.
En los próximos capítulos se analizarán más detalladamente estas situaciones, intentando ahora realizar una clasificación del público en sus diferentes categorías, algo difícil al no ser los distintos grupos compartimentos estancos, especialmente en la diversidad actual del arte, que alcanza una total libertad.
Hasta el siglo XX la música se encontraba dividida en clásica o sea la educada salida de los conservatorios y en popular, la proveniente de la tradición popular o llamada folclórica. Con la era industrial aparece una música de consumo que llamaremos ligera. Este tipo desplaza a la folclórica como música populista.
La música ligera sigue los estilos de la mal llamada clásica, buscando armonías y estilos más fáciles para su interpretación y consumo. Con ello su público vuelve a ser activo, participando en los conciertos. Esta música es más funcional, mas artesana. Sirve para bailar, para participar en los eventos. Para su comercialización y promoción utiliza los llamados medios de masa. La clase capitalista la acoge, por ser una manera fácil de obtener su objetivo principal, el dinero.
Un nuevo estilo, proveniente de los países anglosajones, se impondrá con el tiempo. Es la música negra, nacida de los esclavos africanos de los Estados Unidos. La culturización de esta música, adsorbiendo los estilos académicos, dará origen a la música de jazz. La influencia de esta música pronto se extenderá a la música ligera, a la música de consumo y a la clásica.
La música de consumo en la actualidad se encuentra dominada por la nacida de los ritmos del jazz. La llamada música pop proveniente de la popular, pierde sus estilos nacionalistas pasados, adoptando una tendencia universal. Es la actual globalización de la música pop, dominada por la corriente arrolladora anglo-americana.
En este estudio nos limitaremos a la llamada música clásica o música artística. Por ello dividimos al público actual en dos grupos diferenciados, el participativo de la música pop y el de la mal definida como seria, debido a la actitud de sus oyentes.
En una primera clasificación se puede dividir a los espectadores de música artística en dos grupos. El espectador receptor, aquella persona que escucha con atención, siente o vibra con la creación[1] de la obra musical y el espectador forzoso, aquel que no le interesa la música y asiste a los conciertos por motivos de alterne social, convivencia mundana, o también cuando determinadas circunstancias le obligan a ello.
El que hemos denominado como espectador receptor, puede dividirse en varios subgrupos. En primer lugar, el aficionado a la música al que llamaremos clásico. Se trata de los espectadores a quienes les gusta la música que conocen, aquella que se considera como de repertorio, las grandes obras artísticas universales. Un repertorio limitado y repetitivo. No aceptan la música contemporánea, por su novedad, ni la música desconocida, por su miedo a probar algo distinto que no les satisfaga. No desean realizar ningún esfuerzo en comprender algo nuevo. Su deleite mayor es reconocer aquellas melodías o ritmos que han memorizado. Esta clase puede englobar a una gran mayoría de espectadores y para ellos los gestores artísticos establecen su programación. Esta mayoría hace que sea rentable.
Dentro de este subgrupo, al que hemos denominado clásico, se engloba el llamado del virtuosismo, o sea el que solo se siente atraído por las grandes figuras de la música y sus intérpretes, que reverencian como ídolos. Este grupo es una extrapolación del aparecido en la música pop, conocido como locura colectiva por los intérpretes. La música la colocan en segundo plano, frente a la reverencia de su ídolo.
El segundo subgrupo de espectadores, más restringido, es el de los que denominaremos aficionados musicales. Son los que dan más importancia a la música, buscando obras diferentes, intentando ensanchar su campo de audición. Para ellos la comprensión de la música es lo más importante. No buscan solamente el deleite que ofrecen las obras de repertorio, sino que disfrutan con el placer de descubrir obras diferentes, realizando el esfuerzo que ello conlleva. Parte de este público no asiste a los conciertos, por estar disconforme con su programación.
Una cualidad de la música es el fenómeno repetitivo. Una música desconocida es más difícil de apreciar que la conocida. Por este motivo los sinfonistas clásicos hacían repeticiones da capo, en la presentación de los temas durante la exposición, primera parte de la forma sonata. La repetición de los temas se usa en todos los tipos de música, al ser la mejor forma de asimilación por parte del oyente. Otra cualidad es el parecido, exponer melodías que recuerden algo conocido, lo cual facilita su comprensión.
Este fenómeno afecta a la programación de los conciertos. La evolución de la música nos ha llevado al establecimiento de la llamada música de repertorio, aquella que se repite una y otra vez. Cuando la música era exclusivamente tonal, el público pedía continuamente obras nuevas. Estas obras se parecían a otras existentes, por lo cual el oyente podía establecer fácilmente referencias. En el siglo XX aparecen obras totalmente diferentes, que desorientan al público, que no las puede entender en una primera audición. Por ello pide la música de siempre, la música de repertorio.
Cuando se estrenan obras nuevas, casi siempre financiadas por organismos públicos, raramente se repiten, pues se cree que no son bien aceptadas por los oyentes. Por dicha razón no se consideran comerciales o sea que no pueden convertirse en un producto que sirva para atraer al público. El problema es que para entender una obra nueva se debe escuchar muchas veces, lo cual es casi imposible que ocurra en la presente realidad. Este es el motivo principal de la falta de renovación de las obras programadas.
Un tercer grupo de público seria el llamado profesional. Está compuesto por los compositores, intérpretes, críticos y estudiosos de formación académica. Este grupo todavía más restringido, analiza la música a partir de sus conocimientos, estudiando las partituras. Su visión se vuelve más técnica y sus conclusiones muchas veces no son aplicables a los aficionados, que solo aprecian la música por lo que están escuchando.
Finalmente encontramos un cuarto grupo, al que llamaremos de los snobs. Está formado por los que intentan siempre demostrar su pretendida superioridad intelectual, su absoluta comprensión de las tonterías más incomprensibles, citando a la Profesora Montserrat Garriga[2], nada les satisface y sólo intentan hallar fallos y malas interpretaciones o prolíficos aduladores, que todo, sin distinción ni criterio, lo hallan extraordinario, divino o sublime.
Conocidos los diversos tipos de público podemos plantearnos para que tipo debe el artista componer sus obras. En los próximos capítulos analizaremos los distintos planteamientos que ofrecen las sociedades capitalistas o comunistas a este problema.
Todo creador, al empezar una obra, puede plantearse esta cuestión, a quién está dirigida su obra. Con ello su capacidad queda restringida, pues su cualidad creativa queda delimitada por una finalidad concreta. El artista totalmente libre no debe dejarse influenciar por ello, debe realizar lo que su genio le demande. Solo así logrará expresar lo que siente. Estos postulados en una sociedad como la nuestra son casi una utopía, al necesitar el artista trabajar para vivir.
Se ha definido lo que se entiende por belleza. El artista es un creador de belleza. Se han definido diversos tipos de público. El artista compone para ellos, cumpliendo una labor social, pero en determinadas circunstancias compone para su propia satisfacción, para su propio ego, por la fascinación que le supone su propia acción.
[1] Cada interpretación de una obra musical es diferente, por esto hablamos de creación.
[2] Véase "Estética de la Música" de Montserrat Garriga, profesora del Conservatorio del Liceo de Barcelona.